jueves, 18 de marzo de 2010

Somos de colores

En muchas ocasiones hemos oído eso de “no todo es blanco o negro, existen los grises”. En África estoy descubriendo, que justo lo que no existe son “los grises”. Aquí existen los colores y los matices. El gris es el color de los tibios, y aquí uno no puede ser tibio.
Cuando en cada saludo preguntas “comment ça va?” (¿cómo vas?), la respuesta nunca será ni “muy mal”, ni “demasiado bien”. La mayor parte de las veces escucharás “un peu” (un poco), que puede ser “un poco bien” o “un poco mal”, para no dar muestras de una salud excesiva que puede ofender a quien está a tu lado y no la tiene, y para no dar lástima a quien te pregunta y dejarlo preocupado. Una vez que vas conociendo a la gente, sabes que “un peu”, casi siempre es “un poco mal”, y que tienen algún problema o alguna enfermedad. Cuando preguntas por la causa de su mal, “je suis palú” (tengo paludismo) es su respuesta habitual. Pese a su mal, nunca son personas grises, y siempre te responderán con una gran sonrisa, un estrechón de manos y un repetido “merci mon frère” (gracias hermano). Creo para el africano es más difícil caer en depresión que para nosotros.
Blanco y negro son dos extremos que aquí no tienen cabida, por más que los niños me llamen “tubabú”, “blonfué” o “le blanc” (el blanco). Los jóvenes más osados observan mis brazos y levantan un poco la manga para descubrir que debajo, mi color es mucho más claro. Rápidamente levanto un poco la camiseta y pongo mi brazo al lado de mi barriga, provocando sus risas y sus palabras de “¡tiene dos colores!”, y respondo que hasta tres si llegan a ver otras partes aún más claras que no es cuestión de mostrarles. Ellos sienten con orgullo que mi color cada día esté más próximo al suyo, y a la vez saben que la diferencia entre los hombres no es tan grande. Yo les digo que todos los hombres y mujeres somos del color de la tierra secada al sol de la que fuimos formados. En África la tierra es más rojiza y oscura, mientras en España es algo más clara, pero que se puede oscurecer.
Casi todas las tardes saco un rato para visitar a los chicos que viven en el Foyer (Hogar de Estudiantes) de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro que tiene la misión. Son jóvenes que realizan un gran esfuerzo para sacar adelante sus estudios en un medio en el que carecen casi de todo. Cuando me ven llegar encuentran en mí una oportunidad para preguntar y resolver muchas de sus dudas y curiosidades. Sus cuestiones muchas veces son para comparar mi país con la Côte d’Ivoire, y casi siempre yo evito dar muchas explicaciones para que la comparación no resulte ofensiva. No todo es blanco o negro… existen los colores.
Entre sus cuestiones: “¿estudiáis los mismos años que nosotros?”, “¿estudiáis las matemáticas, la historia y el inglés?”, “¿también la educación física, la plástica y la música?”, “¿tenéis piscinas en los colegios?”, “¿tenéis ordenadores?”, “¿y hay alguna biblioteca como ésta?”, “¿y un foyer como éste?”, “¿tenéis “caquis” (el uniforme)?”, “¿los alumnos van a clase en bus?”, “¿hacéis el Bac (Selectividad)?”, “¿hay universidades?”…
Entre las respuestas, algunas les parecen imposibles de creer, como que en cada clase haya unos 30 alumnos, frente a los 90-100 que aquí hay. Cuando otro día les explicaba el proceso educativo, y les decía de manera simpática que después de la etapa de la universidad, viene la etapa del paro, nadie creía que en España pudiese haber parados. Otro joven hoy me preguntaba si había mendigos que pedían por la calle. Ante la respuesta afirmativa el joven se ha quedado paralizado y me ha dicho: “Jamás podré imaginarme a un blanco mendigando. Vosotros allí tenéis trabajo y bienes para todos”. Sus respuestas también a mi me dejan paralizado y sin más palabras que las de Jesús: “pobres los tendréis siempre con vosotros”.
En este V Domingo de Cuaresma encuentro una invitación a levantar la cabeza, a mirar adelante, a caminar hacia el futuro, a reponernos de nuestros pecados y debilidades como hace la mujer adúltera. Jesús hoy escribe en la tierra nuestras pobrezas y pecados y los borra como figura de arena que se desvanece en la playa. Pobrezas y pecados de todos, de un continente y de otro que nos hacen solidarios en la fragilidad de la condición humana, pero que quedan perdonados para poder abrirnos nuevos horizontes. Éstos somos los hijos de Dios.
Siento que estos jóvenes que buscan saber de otros países, de otras razas, de otros continentes, están descubriendo que “algo nuevo está brotando” y “se lanzan hacia adelante corriendo hacia la meta para alcanzar el premio al que Dios nos llama en Cristo”, que es el del poder llamarnos HERMANOS, pues somos hijos en el Hijo.
Recuerdo antes de despedirme la letra de una canción de Tonxtu que decía así: “Somos de colores. No tenemos ni nombre, pero tenemos algo que por la noche se esconde: un gran sol, un sol dorado…”.
Sólo tenemos a Jesucristo, el Sol dorado, la Luz del Mundo que resplandece desde la Noche de Pascua, y que nos hace particulares, que nos pinta de colores a los que hemos sido creados iguales del barro de la tierra.

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Una escalera desde Aluche a Côte d'Ivoire