martes, 13 de abril de 2010

Yésu fitéli¡¡¡ Alleluia¡¡¡ [II]

El Sábado Santo estuvo marcado por la preparación de la Vigilia Pascual. En la iglesia, las mujeres decoraban el templo con espectaculares flores africanas y otras menos vistosas elaboradas con papel higiénico de colores, un toque hortera que nunca puede faltar en las grandes celebraciones. Todo estaba revestido de telas blancas que indicaba la gran noche de la luz. Los técnicos preparaban el equipo de megafonía, los monaguillos ultimaban los detalles litúrgicos y el grupo de catecúmenos que en la noche serían bautizados ensayaban la celebración con el cura, mientras las corales repetían una y otra vez los múltiples “Aleluyas” que en la Noche Santa se escucharían.
A las 20:30h. daba comienzo entorno a la gran hoguera, nada de un pequeño fueguito, la gran celebración Pascual. La luz iba aumentando muy gradualmente, así como el clima de alegría y fiesta, que pronto y en el momento del Gloria llegaría a su apogeo, con toques de campanas incluidos. En este día hice de acólito junto a Gerard, con lo que no perdí detalle de todo lo que estábamos viviendo. No sé cuantos cantos sonaron durante la noche, pero calculo que no menos de una treintena, y en todos me unía a las palmas y bailoteo al que me invitaban. Todo el mundo estaba bellamente vestido con sus mejores galas y paños baoulés, hombres y mujeres vestidos al modo de los chefs de poblados. Especialmente destacaban la larga veintena de nuevos bautizados, vestidos todos con el mismo paño reservado para los sacramentos, si bien cada cual con un modelo de los más raramente confeccionado, una práctica que evita que se den grandes diferencias y exageraciones entre los catecúmenos.
El momento del bautismo fue emocionante. Nunca había visto bautismos de adultos en la Noche Pascual; también fueron bautizados cuatro bebés. Impresionaba ver a los jóvenes y menos jóvenes adultos acercarse a la pila e inclinar su cabeza para recibir las aguas bautismales, especialmente las cabezas de las damas con sus complejísimos bucles y otros artificios. Algunos tenían dificultades para caminar y su padrino hacía de verdadero lazarillo. Todos recibieron igualmente su Primera Comunión y algunas parejas se comprometieron en Matrimonio delante de todos los presentes. No faltaron los cantos y aplausos para dar la bienvenida a los nuevos miembros de la Iglesia, en una preciosa procesión de todos ellos entorno a la iglesia con sus velas encendidas portando la Luz del Resucitado que acababan de recibir, algo así como una conga a la católica.
Pasada la medianoche, y próximos a finalizar la celebración, Gerard me invitaba a sostener dos casullas que iban a ser bendecidas, con la propuesta de la gente a que tendría que volver tras la ordenación para que viesen como me quedaban. Una simpática manera de expresarme sus deseos y cariño.
De nuevo en el momento de salida los gritos de júbilo y fiesta se dispararon. No cabía duda de que Cristo había resucitado un año más renovando nuestra fe y esperanza, llenándonos de color, vida, agua y luz. Agua que incluso en forma de lluvia se recibió durante la noche como una autentica bendición pascual dada la escasez de lluvias que este año se está sufriendo en esta parte de la tierra.
Tras cerca de cuatro intensas horas, el ambiente hablaba de vida, si bien y después del soletazo del día anterior, mi cuerpo deseaba encontrar el reposo, no el de la tumba, sino el de la cama que me devolviera la salud. Unas cuantas pastillitas y unas buenas horas de sueño me hicieron sentir en la mañana de Pascua que también la Resurrección me había alcanzado.
El Domingo de Resurrección fue similar a la celebración de la Vigilia, pero esta vez en un poblado, N’Gdankro, donde otros diez nuevos adultos fueron bautizados y bendecidos en matrimonio según los casos. La misa fue al aire libre, bajo la ligera sombra de un chambao de palmas y troncos cubiertos de los paños de fiesta, con el fin de acoger a los muchos invitados a la celebración. Después, todo el mundo se desplazó para comer, beber, cantar y bailar, en los corrales de unas casas, donde la fiesta religiosa se convirtió en fiesta para todo el poblado, más allá de credos y confesiones, alegrándose con el gozo de quienes son parte de sus vidas.
Cuando pensé que ya todo había acabado y que me entregaría a una agradable siesta en Tiébissou, comenzó un rosario de visitas por los patios de los bautizados en la noche anterior, donde la comida y la fiesta nos esperaban, y donde todo el vecindario, especialmente una gran chiquillería, estaba congregado. Los homenajeados continuaban con sus vestidos sacramentales, sus signos bautismales, sus sonrisas, su belleza, alegría y gozo. Fue verdaderamente una jornada de fiesta y fraternidad, que se extendió durante la Octava de Pascua.
Esta semana de la Octava ha culminado con una peregrinación a Issia, ciudad del Este del país, al Santuario Notre Dame de la Delibrance, donde unas 15 mil personas se han concentrado. Una especie de romería donde lo religioso, lo milagrero, la fe y la superstición se mezclan peligrosamente, dando lugar tras toda una noche de vigilia en oración, a que muchos digan estar viendo a la Virgen u otras curiosas “maravillas”. Desgraciadamente este tipo de cosas también forman parte de este pueblo tan necesitado de ver claramente a la Luz del Resucitado, lejos de fetiches, adivinos, espíritus, ancestros y genios. Una difícil tarea para la misión en África.
¡Feliz Pascua de Resurrección pues “Yésu fitéli”!

miércoles, 7 de abril de 2010

Jesú fitéli¡¡¡ Alleluia (I)

“O dili lé nsan, o fin èwié nu fitéli”. Y al tercer día resucitó de entre los muertos. ¡ALLELUIA! Así reza el baoulé el núcleo central de su fe en este tiempo de luz, agua y vida.
La Semana Santa ha pasado y también en Tiébissou, Cristo ha resucitado ¡ALLELUIA! Creo que nunca había oído tantas veces durante una Cuaresma la palabra Aleluya, pese a que la liturgia reserva este grito de júbilo hasta la Noche Pascual. Aquí el grito de júbilo, alegría y fiesta por “Jésus, le Vivant” (el Viviente, el que vive) es una constante en el día a día de los cristianos, y es un grito que ni la Cuaresma puede detener. Pese a todo en la Vigilia Pascual ha sonado con una fuerza atronadora.
No es preciso decir que esta Semana Santa ha sido diferente, especial, preciosa y nueva… sí, como todas las Pascuas lo son.
El Domingo de Ramos lo pasé en Tiébissou, que en los días previos parecía verdaderamente la Ciudad Santa, hervía en un gentío que venía de los poblados para preparar estos días de fiesta, comprar, vender, recibir a los familiares que llegan por estos días. Este bullicio y jaleo se apreciaba al comienzo de la Semana Santa. Los cristianos nos convocábamos lejos de la iglesia, cerca de la carretera que da entrada al pueblo, a las afueras de esta pequeña Jerusalén, todos con verdes palmas en las manos. Me extrañaba ver diferentes grupos de gente con palmas y bien ataviados, si bien con vestuarios de lo más extravagante. Eran pequeñitos grupos de cristianos de diferentes iglesias los que íbamos encontrando durante la procesión hacia nuestra parroquia, que miraban la auténtica algarabía de cánticos y danzas con la que los católicos marchábamos. Me imaginaba a diferentes “Jesuses” entrando al mismo tiempo en Jerusalén y cada judío siguiendo a su propio Mesías, o teniendo que decidir a cual alabar y seguir. La escena me produjo dolor y tristeza, y me invitaba a orar por la unidad de los cristianos, en forma de saludos y deseándoles a nuestro paso un buen día de fiesta; creo que no recibí ni una sola respuesta de su parte, más que unas miradas perplejas ante tal gesto.
El Martes Santo fue un día de Iglesia. Pude participar junto a todos los sacerdotes y el Obispo de la Diócesis de Yamoussoukro (no llegan a 50), de un día de retiro que terminó con la Misa Crismal en la que se bendicen los Santos Óleos. Era la primera vez que estaba en una de estas misas, y fue impresionante ver una humilde Catedral de san Agustín, abarrotada de gente, con un calor agobiante, arropando a su recién estrenado y jovencísimo Obispo, Marcelin YAO rodeado de todos los sacerdotes que trabajan en esta zona de Costa de Marfil. Pude apreciar cómo en África el pueblo quiere y ama a sus pastores, y cómo éstos saben estar cercanos al pueblo al que también aman. Durante una sencilla y exquisita cena, pude intercambiar unas palabras con el Obispo, quien me pidió mi opinión sobre esta Iglesia que estoy conociendo: “Usted, usted es la imagen de esta Iglesia. Una Iglesia muy joven que está creciendo, que siente, late y ama”. Yo mismo pude sentirme acogido por el Pastor de esta Iglesia, quien me dijo tener las puertas de sus Diócesis abiertas para regresar cuando sea sacerdote.
Jueves Santo lo pasé en un poblado, N’Gangro, junto a Michel en su primer Jueves Santo como cura, algo que siempre emociona e impulsa a los que nos preparamos para ello. Sin grandes preparativos, y sin necesidad de teatralizar, se reprodujo en aquella pequeña capilla de chapa y adobe la escena más próxima que yo he visto de lo que sería la Última Cena de Jesús con los suyos. Poco más de una veintena de comensales, catorce hombres contando al cura (casi como los Apóstoles), cuatro niños y un puñado de mujeres, como a buen seguro estaban presentes en aquella primera Eucaristía. Todo a la luz de las velas y las lámparas, ya que no llega la electricidad, tomaba si cabe más sabor a auténtico y verdad. El lavatorio de pies fue igualmente impresionante. No era simplemente un gesto. Todos nos dejamos lavar nuestros pies, los dos ya que Jesús habla en plural. Catequistas, catecúmenos, religioso, hombres, mujeres y niños, blanco y negros, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos… todos pasamos por las aguas del servicio y amor fraternal. De manera especial me marcó el momento de ver lavar a una joven cuyos pies estaban totalmente retorcidos y parecían muñones. Después de ser lavado y pisar sobre el suelo, resultaba agradable sentir en las plantas del pie cómo se adhería la tierra y formaba un barro que hablaba de la humildad y simplicidad que requiere el servicio.
El Viernes Santo lo celebré igualmente con Michel en otro poblado, N’Gathadolikro. En estas tierras es costumbre hacer el Viacrucis justo antes de celebrar la Muerte del Señor, con lo que a las tres de la tarde, bajo un sol de justicia, estábamos recorriendo el poblado de estación en estación. Creo que aquí comenzó también mi pequeño calvario y empecé a sentirme mal, quizás insolación, cansancio o palú como aquí llaman a cualquier estado de malestar, nada grave que no se cure con un poco de reposo y con un “o dili lé nsan, fitéli”. La celebración resultó de lo más rara que haya visto, litúrgicamente desastrosa, y se notaba que éste poblado era la primera vez que celebraba con sacerdote un Viernes Santo, así como que para el cura era su debut en un día como hoy. Con todo, adoramos la Cruz, quizás la cruz más fea que yo jamás he adorado. Impresionaba ver las diferentes muestras de respeto, prosternación, y adoración ante tal signo de Salvación. Me pudo parecer que faltó silencio en la celebración, pero nunca faltó sentido de aquello que se celebraba, y es que para el baoulé “celebración” y “silencio” son incompatibles, más cuando se trata de la muerte, más aún cuando es la Muerte de Jesús, y ésta es para darnos vida y vida en abundancia. El momento de silencio y encuentro con el Crucificado lo pude encontrar en la soledad de la capilla de la comunidad en la que una avería la había dejado a oscuras, así acompañado de los cantos de la pastoral juvenil con los que tantas veces he adorado la Cruz, pude contemplar a Cristo en las tinieblas de la noche africana.


Falta el final....

Una escalera desde Aluche a Côte d'Ivoire