viernes, 12 de marzo de 2010

Misión, un lienzo en blanco

Uno de los objetivos que me propuse como parte de mi misión en Costa de Marfil, era compartir con amigos y conocidos experiencias y reflexiones que viviese durante este año de pastoral. A pesar de algunas dificultades técnicas, Dios me regala la posibilidad de comunicarme con cierta periodicidad, y acercaros un poco más esta realidad del continente africano.
Uno se siente prismáticos y altavoz, instrumento por medio del cual muchos están pudiendo conocer y descubrir a estos hermanos, sus tierras y cultura.
Por medio de lo que voy escribiendo y otras iniciativas, jóvenes y niños de algunos colegios y grupos parroquiales han contactado y escrito a jóvenes y niños de Costa de Marfil, iniciándose un primer acercamiento, posibilitando un mutuo conocimiento.
Uno siente que gracias a internet y las redes sociales, la Iglesia hoy es más católica, más universal que nunca. No importa a cuantos llega esta misión; me basta saber con un email, un sms, una llamada, una carta, que muchos rezáis por esta gente y esta Iglesia. Saberse y sentirse sostenido cada día por la oración de todos vosotros, anima y fortalece mi fe para seguir comprometido con el Evangelio.
Hay mensajes de los que he recibido que simplemente me sonrojan, cuando me llaman “poeta”, “escritor” o “artista” por aquello que he escrito. Mensajes que me emocionan cuando me dicen sentirse comiendo o caminando con este pueblo Baoulé como si estuviesen a mi lado. Hay mensajes que parecen proféticos cuando me preguntan qué es lo que estoy pintando para describir la realidad que veo como si se tratase de una colorida acuarela que tanto me gusta dibujar.
El lunes hará dos semanas que ando entre brochas y pinturas. No se trata de un dibujo en papel, sino del muro de la parroquia, lo que estoy pintando. Cuando llegué a mediados de febrero a Tiébissou, vi que el cartel que anunciaba la Misión estaba muy estropeado. Alguien me dijo que podría pintarlo y acepté encantado. Nunca pensé que un trabajo me diera tantas posibilidades de conocer y estar cerca de la gente.
El cartel en cuestión hace chaflán, en la esquina de la tapia de la iglesia y mide más o menos 3x1,75 m. En el terreno de la Misión se encuentra la iglesia, dos escuelas católicas, las casas de los maestros, la comunidad de los misioneros redentoristas y el foyer de chicos, la de las carmelitas y el foyer de chicas, la biblioteca, el campito de futbol, apatanes y salas de reuniones. Todo está atravesado por el camino que lleva a los poblados y que es la ruta que cada día toman más de cuatro mil jóvenes para ir a los institutos que se encuentran al final de la cuesta. Justo al otro lado del cartel está la gruta de la Virgen de Lourdes, titular de la parroquia, y confidente de todas las conversaciones que estos días estoy teniendo con tantos jóvenes, por los que a buen seguro está intercediendo.
Paso horas y horas viendo a jóvenes pasar como una auténtica riada, que en ocasiones se sale de su cauce para en el remanso del chaflán de la iglesia hacer una pausa junto al cartel de la Misión y conversar un rato con el pintor, el misionero, el padre, el hermano, el amigo, el blanco o el español, como cada uno se le ocurre llamarme. No tengo ningún remordimiento de dejar de lado los pinceles y conversar con ellos el tiempo que haga falta. Las conversaciones son de todo tipo, desde los que estudian español y quieren hablar un rato, a los que quieren bautizarse, o te quieren hacer alguna pregunta sobre la Iglesia, la fe o los misioneros. Muchos se interesan por mi país y mi familia. Otros se te quedan mirando simplemente aprendiendo del trabajo que estoy haciendo. Los hay que vienen ya todos los días a saludarme o a presentarme a sus amigos o a sus profesores. Los hay que quieren ser pintores, hacer caligrafía, geometría, artes, arquitectura, y ven en el cartel una posibilidad de aprender. Los hay que quieren enseñarme a hablar bauolé, a danzar, a cantar, a comer sus platos típicos e incluso a jugar al futbol. Los hay que miran mi color bronceado de piel, que me tiran de los pelos de las piernas, que admiran mi cabello. Los hay que simplemente quieren ayudarme y se ponen a raspar, a sujetar las reglas, a coger la brocha, a mover la pintura o a fijar la cinta adhesiva. Algunos empiezan a poner faltas, pero sus amigos los callan rápidamente, y otros, sin llegar a saber por qué, me dicen “gracias” cada vez que pasan. Y los hay samaritanos que me ofrecen la bolsita de agua o el bote de refresco.
Al final de la tarde llega mi momento preferido, cuando los niños salen de la escuela y se te echan literalmente encima, temiendo por la limpieza de la lenta obra. Es el momento de la distensión y empezar a recoger, amenazando con pintar a algún mocoso de blanco para que sea como yo un auténtico “blonfued”. Les he enseñado una canción y a bailar el “chipi-chipi” y cada tarde me piden que les enseñe un nuevo movimiento del baile, así que es necesario hacer un poco más el payaso y bailar con ellos.
El muro ha pasado por diferentes etapas que pueden recordar al proceso cuaresmal. La semana pasada fue el raspado y limpieza, y en el fin de semana estaba ya pintado enteramente de blanco. Es como más bello me parecía, parecía un espejo en el que todos los que se paraban se veían reflejados. Cuando los curiosos querían saber que iba a dibujar, les pedía una foto para poner sus caras o sus nombres en el muro, y ellos reían. Confieso que es lo que verdaderamente me hubiese gustado hacer, pintar ese lienzo blanco con todos ellos. Esta semana comencé la escritura y el diseño, y a introducir la pintura de color, si bien he reservado un espacio para la sorpresa. Ya comienza a poder leerse “Mission Catholique – paroisse Notre Dame de Lourdes”, y los más críticos ven que la pintura no está quedando perfecta y hay algún chorreoncito, lo que aprovecho para recordarles que perfecto sólo es Dios, y eso nos recordará nuestras limitaciones. Pese a todo no he acabado y serán necesarios algunos retoques posteriores. Espero que cuando llegue la Pascua el cartel esté acabado, y cada vez que lo mire veré en él a toda la gente que junto a él se ha parado y me ha animado.
Cuando algunos me preguntan dónde voy a firmar la pintura, respondo que en ningún sitio, y recuerdo aquello que una vez aprendí sobre las espléndidas catedrales, cuyo autor humano era desconocido, y que tenían como único arquitecto al mismo Dios para quien estaban siendo construidas. En este IV domingo de cuaresma, me encanta escuchar la frase que el Padre da al hijo mayor, “todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte”. Esa es la grandeza de la Misión, poder compartir aquello que cada uno hemos recibido y que pertenece a todos, sin derechos de autor, y alegrándonos todos por ello.
No cabe duda que tras el cartel de la Misión también veré dibujados a los que este año os estáis parando a mi lado en esta pantalla del ordenador. Gracias de corazón hermanos¡

1 comentario:

carmen pilar dijo...

Cómo me alegro de haber vuelto a meterme en tu blog! He revisado varias entradas y me parecen que tenemos mucho que aprender de África y su forma de entender la vida. En concreto ésta entrada en la que relatas una historia de un pintor me recuerda mucho a mi propia experiencia, pero a la vez me sorprende, porque has convertido el acto de pintar en una catequesis, un encuentro. Migué,eres todo un artista contemporáneo, estás haciendo una performance!! aunque no se reproduzca en el Reina Sofía, creo que lo que tú estás viviendo tiene mucho más valor. Un beso fuerte de una pintora, siempre en camino ;)

Una escalera desde Aluche a Côte d'Ivoire